Tanto miedo al desorden, tanto miedo al fuego… tanto miedo al ruido. El temor ha cerrado bocas, oídos, ha desempuñado las manos, ha traído consigo el deseado silencio. El temor ha trazado el mito de que la violencia es tal sólo cuando aparece desde el pueblo. Y nos conformamos, le hacemos el amén a los medios y olvidamos que el descontento y la reacción no son inventos, que las cosas no están bien y que el silencio se hace imposible cuando las injusticias parten desde que pagamos el agua de la ducha y el kilo de pan, hasta cuando nos niegan la educación y la salud porque nuestros bolsillos y nuestro trabajo no son capaces de costearlo.
Olvidamos que la violencia es más que un golpe, olvidamos que día a día nos hiere la insistencia en mantener un status quo que nos enumera y nos exige un estilo de vida consumista y mezquino, olvidamos que los medios de comunicación no están ahí para informarnos, sino para decirnos lo que tenemos que pensar, sentir y hablar. Nos venden historias, nos hablan de delincuencia y terrorismo, de los héroes de verde que apagan el fuego de las barricadas y sufren por mantener el orden y la paz, ¿cuál es el afán de mantener un orden? Más aún, ¿acaso nuestras vidas están en orden y en paz?
Vivir al lado de una empresa que contamina día y noche es violento, el afán de mantener nuestra ignorancia en torno al consumo de alimentos genéticamente modificados es violento, arrasar con la flora y la fauna que nos rodea es violento, que nos hagan creer que la democracia es hacer la raya en la papeleta es violento, pagar más de dos millones de pesos anuales a una universidad es violento, costear el gasto de luz que se genera a través de fuentes contaminantes como las hidroeléctricas es violento.
Nos apresan, juzgan y golpean por decir que todo lo anterior es violento, se esfuerzan por fabricar bálsamos sociales que nos atonten, de manera tal que no logremos descubrir la verdadera violencia que transita sigilosamente y día a día a nuestro lado, en cambio, condenan a quienes se resisten a aceptarlo. No sólo los condenan, sino que además crean un discurso, un tipo ideal, que hacen circular por todos lados y, por sobre todo, a través de la televisión. Usan palabras como “terrorismo”, “delincuencia”, “lumpen” o “antisocial”, para hablar de quienes no aceptan esta violencia que atenta contra nuestra cotidianeidad.
El miedo, ese miedo engendrado en la conciencia de las personas, ese miedo que desvía la atención de lo que realmente debería atemorizarnos, siempre será un punto a favor para cualquier gobierno que lo utilice, con el fin de legitimar su poder en base a un show de heroísmo barato. Yo no tengo miedo, tampoco temo por ellos y sus planes, sólo temo que el camino se me haga muy corto para terminar con el silencio, me aterra pensar que mis hijxs nazcan en un mundo callado, incapaz de vislumbrar que la verdadera violencia está más cerca de lo que creemos.
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