Nos expropiaron la protesta, la mataron y maquillaron su cadáver, la ordenaron y legalizaron, vaciándola de cualquier contenido agitador, intentando desprenderla de cualquier resto de insurrección que pudiera albergar, llegando a ser una forma autorizada por el estado de pataleo público. Hoy salen a marchar (como en procesión o en desfile militar), con obispos, sacerdotes y mesías a la cabeza, con permiso, camino trazado, plegarias y banderas, resguardados por la autoridad, mientras se “porten bien” no habrá incidentes. Siempre a propósito de alguna petición coyuntural para mejorar/reformar el estado, sus instituciones, ya saben…nuestra esclavitud. La marcha tiene hora de inicio y final, recorrido, etapas y normas de conducta, es racional y civilizada, parece pega. Para perdernos más el respeto, se anima a la creatividad, no destructiva sino creatividad artística “shúper loca” para festejar. Lo que celebran, no lo tenemos aun muy claro, pero los tambores suenan, los colores llenan la afligida alameda, bailan rostros deformados con sonrisas forzadas y se escuchan cánticos muertos en su espíritu doblegado, gritos patéticos que a fuerza de repetición se han convertido en oraciones. Que vergüenza. No queremos decir con esto que toda revuelta haya sido hegemonizada por el carnaval del lloriqueó, la dominación nunca es total, siempre surgen grietas por donde brotan las raíces de la rebelión. Somos muchos los que nos encontramos en las calles de la metrópolis y no venimos precisamente a rogar al estado que nos aprenda a gobernar, tampoco venimos a agitar banderas y menos a seguirlas. No venimos a marchar, venimos a pelear.
Extracto del articulo: “UNA REFLEXIÓN EN TORNO A LA PROTESTA” Por Motín marginal (colaboración) El Surco Nº 35, mayo 2012.
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