Lo ocurrido el día miércoles 08 de diciembre en la Cárcel de San Miguel no es nada nuevo. Ya en el 2001, en la cárcel de Iquique, se provocó la muerte de 26 internos debido a un incendio, en donde, una vez más gendarmería alteró documentos y cambió la hora de los hechos para así abstenerse de cualquier responsabilidad. El año 2007 ocurre el incendio en Puerto Montt, con 10 menores muertos, y el incendio de Colina II.
Durante los últimos 10 años el incremento de la población carcelaria fue de 22.000 personas a 52.621. Agregando a esto, las personas que cuentan con otro tipo de “medidas alternativas” a la privación de libertad los cuales corresponden a 55.000. Por tanto, el sistema penitenciario chileno es responsable de 107 mil personas, siendo Chile el segundo país de Sudamérica con mayor población penal. Las estadísticas lo manifiestan, la “puerta giratoria” con la cual el Estado ha justificado su política criminal no existe.
En las cárceles de Chile y de todo el mundo se tortura física y sicológicamente a los internos, sus familias y sus visitas. No basta con que de tanto en tanto el tema aparezca, nos preocupemos, y enarbolemos el mamarracho apolillado de los DDHH: “esto va en contra de los DDHH”, “que horrible el hacinamiento”, "igual los presos tienen dignidad" y sigamos en nuestras vidas como si nada. Una cárcel mas confortable sigue siendo una jaula, y lo que es peor aún, su brutalidad se oculta debajo de mejores instalaciones o celdas blancas y limpias. No podemos olvidar que las cárceles son un instrumento de control más entre los diversos aparatos de reproducción del sistema capitalista, por esto, cada vez que callamos, que pedimos penas más altas, estamos legitimando esta forma de actuar, estamos haciendo cómplices del actuar del estado que reprime en la forma más severa a quienes se encuentran en sus centros de encierro.
No existen cárceles más humanas, no es humano el encierro, ni la única solución a la “delincuencia”. Justificar las jaulas argumentando la problematica de la delincuencia es amputar gravemente la realidad, pues la crítica profunda está en que entendemos como delincuencia. La mayoría de las cárceles están repletas de personas que vulneraron la propiedad de otro, y damos a la vida y a la libertad de alguien menor peso que a su propiedad, dentro de la cárcel NO está el empresario que tiene a sus trabajadores en condiciones de miseria, que arriesgan su vida diariamente por un sueldo que solo les alcanza para subsistir 30 días, “ayudados” por las tarjetas de crédito que también benefician al mismo empresario. NO están los peces gordos del narcotráfico. El porcentaje de violadores o "sicópatas" es muy inferior al altísimo porcentaje de presos por -oh, sorpresa!- delitos contra la propiedad.
En definitiva, no podemos criticar la realidad carcelaria sin abarcar este problema, sin entender la cárcel como una consecuencia de una sociedad castigadora, que cada día se sumerge más en su individualismo dejando de ver al otro como un igual. Producto de nuestra rutina nos alejamos de lo que verdaderamente importaba, en último termino, nuestra libertad. Nos vendieron la libertad burguesa de los DDHH, de la protesta en el bandejón central y no directamente frente al ministerio, de las marchas silenciosas por calles poco transitadas, de la huelga "legal".
Pero no estamos completamente ciegos. Nuestra lucha no puede ser humanizar las cárceles, sí apuntar a su destrucción, a través de acciones concretas de solidaridad, no sólo con un gran discurso, porque cada vez que un preso siente nuestra solidaridad estamos derribando en parte el aislamiento y botando el muro. La solidaridad debe ser activa y permanente, no sólo por estas dramáticas contingencias, que con mucho pesar, sabemos que se seguirán repitiendo mientras exista la cárcel.
A MULTIPLICAR LAS ACCIONES DE SOLIDARIDAD ACTIVA
DERRIBANDO LOS MUROS Y EL AISLAMIENTO.
PIKETE
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